Seré honesta: no he visto nunca el musical de Los Miserables y, aunque como humanista resulte imperdonable, tampoco he leído la novela de Víctor Hugo. El problema de una lista de libros por leer que crece día a día seguramente es algo compartido por muchos. Intentaré ponerle remedio en cuanto pueda, pero de momento voy a hablar de la película estrenada estas navidades bajo la dirección de Tom Hooper (El discurso del rey) sin compararlo con sus referentes.
La historia sucede en la Francia del siglo XIX, en una sociedad marcada por las grandes diferencias entre clases sociales. Jean Valjean (Hugh Jackman) logra por fin la libertad tras una larga condena por haber robado un trozo de pan. Aunque ahora es libre, quedará marcado siempre como ex convicto, lo que le llevará a ser rechazado por muchos y a no conseguir trabajo ni alojamiento. Un obispo se apiada de él y le da comida y alojamiento por una noche. Jean Valjean aprovecha la noche para robar toda la plata que puede y huir. Cuando es apresado por los guardias, el obispo afirma haberle regalado todo eso. Valjean decide entonces romper el salvoconducto que le identifica como ex convicto para comenzar una nueva vida. Sin embargo, siempre tendrá al inspector Javert (Russell Crowe) tras sus talones. El hilo conductor de Los Miserables es la relación entre Jean Valjean, que representa el pueblo, y Javert, que representa la Ley.
La película es un musical donde todos cantan y donde casi todo es cantado. Lo que quiero decir es que no es una película con escenas musicales que complementan partes dialogadas, sino que es casi una ópera en la que los personajes se expresan cantando. Otra de las particularidades de este musical es que las canciones están grabadas en directo, desterrando el playback, tan usual en el género. Al estar grabadas en directo se da prioridad a la expresión de los sentimientos de los personajes antes que a la calidad del canto. Las canciones quedan mezcladas así con susurros, respiraciones y llanto, lo que da emoción e intensidad a las escenas. Los personajes están vivos.
Hay dos escenas especialmente espectaculares. Una es la del inicio, en la que miles de presos tratan de enderezar un barco. Otra es aquella en la que Fantine (Anne Hathaway) canta la muy emotiva I dreamed a dream. Fantine es una víctima de la maldad del hombre y de la injusticia de un sistema corrupto en el que siempre salen perdiendo los mismos (el tema no podría ser más actual).
Hay que destacar a Madame y Monsieur Thénardier, la pareja de posaderos y ladrones interpretados por Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen. La pareja consigue aliviar un poco la tensión de tanto drama con un poco de humor. Ambos parece que se han escapado de Sweeney Todd, donde interpretaron a personajes no tan diferentes. Ella era la posadera que hizo crecer su negocio de empanadas gracias a la carne humana que le proporcionaba el barbero. Él era un barbero-curandero que trataba de engañar a la gente con productos que supuestamente tenían que curar la alopecia. Salvando las diferencias, tanto por estética como por su forma de actuar resulta irremediable que verlos nos traslade al Londres burtoniano.
Estamos ante una obra que nos habla de redención, superación, amor, ética, justicia y revolución. El abuso de primeros planos, que ha sido tan criticado, les da una cierta intimidad a los personajes, que nos ofrecen sus almas desgarradas a través de la voz y la mirada. Estos primeros planos, a mi entender, han sido usados para ofrecernos algo que el teatro no puede, y que es precisamente el detalle en la expresión de los actores.