Comencé a leer Chicas felizmente casadas, de Edna O’Brien sin saber que era el último de una trilogía cuya primera parte es Las chicas de campo y la segunda, La chica de ojos verdes. Se pueden leer perfectamente por separado, pero en cuanto pueda leeré la trilogía desde el inicio.
El libro está protagonizado por dos chicas que crecieron en la Irlanda rural de los años cincuenta creyendo que con el matrimonio alcanzarían la cúspide de sus aspiraciones personales. Poco sospechaban que aunque cada una consiguiera aquello que deseaba (Kate, idealista, se casa con su gran amor, y Baba ha encontrado un nuevo rico que le procura todas las comodidades que siempre ha deseado), las relaciones conyugales pueden ser crudas y desdichadas. Quizás los deseos de la infancia deberían quedarse atrás, pues la vida da muchas vueltas. Kate pronto descubrirá la parte más dura del matrimonio: los reproches, las traiciones y la venganza. Baba, más práctica, no se deja llevar por el drama y simplemente vive en una continua insatisfacción. Las dos afrontan a su manera sus problemas matrimoniales y, aunque los desenlaces son muy distintos, en ningún caso son finales felices.
O’Brien carga contra algunos tópicos alrededor de la figura femenina, como el de la maternidad. En realidad, la maternidad puede ser una experiencia dolorosa. Kate no es una madre abnegada. Aunque quiere mucho a su hijo, no siempre sabe lo que es mejor para él y, a menudo, aún sabiéndolo, antepone su bienestar al del niño. También analiza la vulnerabilidad legal y económica de las mujeres ante el divorcio, las desigualdades producto del pensamiento machista y su educación. Los problemas con el sexo, derivados de unos maridos egoístas o incapaces de procurarles satisfacción. Incluso habla con gran crudeza de una visita al ginecólogo:
«¿Que me relajase? No paraba de pensar en todo lo que tienen que aguantar las mujeres; y no me refiero solamente a lavar pañales o a que no les esté permitido ser juezas de un tribunal, sino a lo que yo estaba sufriendo en aquel momento: que te hurgasen, que te sondeasen, que te hiciesen daño. Y no solo durante las visitas médicas; también en la noche de bodas, cuando la mujer se mete en la cama con el hombre al que ama. Ay, Dios (que no existes), tú odias a las mujeres, de lo contrario las habrías hecho distintas.»
Este libro, aún siendo desolador, a menudo nos hace reír, aunque el humor revela a menudo amargura. El tema que siempre está de fondo es el de la amistad entre estas dos mujeres, que a veces sufre distanciamientos pero que siempre está ahí. Entre ambas existe una gran complicidad, fruto de muchos años de amistad y, aunque sean muy distintas y tengan opiniones muy claras sobre lo que la otra está haciendo mal con su vida, siguen ahí dispuestas a ayudarse cuando todo lo demás falla.