Supongo que ya lo habéis oído o leído por ahí, puesto que se está hablando bastante de ello en los medios. El mangaka del realismo, que retrataba como nadie a sus personajes, sencillos, auténticos, comunes, inmersos siempre en la cotidianidad más tediosa —y, a la vez interesante—, Jiro Taniguchi, murió ayer, 11 de febrero, por un cáncer.
Recuerdo que me regalaron El olmo del cáucaso en una época en la que yo sobre todo leía shonen (manga para adolescentes) y que se me hizo muy cuesta arriba. Sin embargo, años más tarde lo retomé y me emocioné con su lectura. Como esto fue mucho antes de abrir el blog, nunca lo reseñé, así que voy a hacerlo ahora.
En El olmo del cáucaso, una pareja de ancianos se trasladan a una casa fuera de la ciudad. Al llegar a su nuevo hogar, se sorprenden al ver que todas las plantas del jardín, antes frondoso y bello, habían sido arrancadas. Solo dejaron un olmo demasiado grande para quitarlo. En seguida se dan cuenta de que se trata de un árbol problemático: suelta muchas hojas, que ensucian los patios y dejados de los vecinos y les atascan los canalones. ¿Debería talar este antiguo y molesto árbol?
Este es el argumento con el que inicia el primero de los relatos de El olmo del cáucaso. Sin embargo hay más historias: acompañamos a unos abuelos y a su nieta al parque de atracciones, pero ella no parece querer montar en nada. Vemos como un señor descubre en el periódico de casualidad a la que puede que sea una hija que hace años que no ve. Y varias historias más, todas ellas sencillas y cotidianas, pero con unos personajes muy trabajados. Su forma de narrar y de dibujar tan profundamente unos personajes tan cotidianos me enamoró para siempre.
Tras este libro leí algunos más, que estos sí reseñé en el blog:
Y aún tengo una larga lista de mangas pendientes de leer. Es una gran pena saber que esta lista no crecerá más, pero siempre me quedará el placer de poder releerlos y el deber de agradecer a Jiro Taniguchi el haber escrito y dibujado semejantes obras.