Al encuentro de Mr. Banks, de John Lee Hancock

Al encuentro de Mr. BanksHay algunas imágenes que logran permanecer en nuestras mentes a lo largo de los años, formando iconos que nos acompañan para siempre. La cultura popular es generadora tanto de infinitas imágenes fugaces como de estas otras que permanecen y Disney es una fábrica cultural de estas últimas. Mary Poppins (1964), una de las mejores películas de la historia de la factoría, es un claro ejemplo de ello.

Con Al encuentro de Mr. Banks, John Lee Hancock alude directamente a este imaginario, grabado en nuestras mentes desde nuestra infancia para contarnos algo más sobre el mito de la niñera voladora. El argumento arranca cuando la gruñona escritora P. L. Travers accede, tras 20 años de insistencia, a la petición de Walt Disney de permitir que se haga una película basada en sus libros. Eso sí, ella debe conservar el poder de vetar todo lo que no le guste.

Y vaya que si lo usa. La historia de Mary Poppins es algo muy íntimo para la autora y no está dispuesta a dejar que la corrompa la industria de Hollywood. Mary Poppins no canta, no baila, no es un dibujo, no brilla y no inventa palabras. A lo largo de la película vemos como se opone una y otra vez a las propuestas del guionista y los compositores, sacando de sus casillas a todo el mundo. Es realmente divertido ver como chocan continuamente las personalidades de la señorita Travers (Emma Thompson) y de Walt Disney (Tom Hanks), dos contadores de historias que tienen mucho más en común de lo que pueda parecer de entrada. Gracias a las maravillosas interpretaciones de ambos, conectamos con los personajes fácilmente, nos encariñamos, y sólo deseamos que lleguen a entenderse en algún momento. La historia está contada con mucho cariño y se nota.

Pronto entendemos que tras el carácter agrio de la señorita Travers se esconde un trauma. El trauma del padre típicamente freudiano recorre todo el film. Travers no puede olvidar a su padre alcohólico, pero bueno y carismático, en el que basa la figura de Mr. Banks. Sanando la herida, como sólo una película de Disney puede hacerlo, la escritora se reconcilia con su pasado y vuelve a mirar al futuro.

También hay que destacar al entrañable personaje del chófer bonachón (Paul Giamatti) que, a pesar de todo, se muestra infatigablemente sonriente ante la rigidez de Travers. El chófer saca la parte más humana de la escritora. Me gusta mucho el hecho de que se reconozca que la autora, pese a su seriedad y rigor, no es un ogro: probablemente la película no habría sido ni la mitad de maravillosa sin su terquedad. El buen trabajo no es fácil, viene del dolor, la frustración y el esfuerzo.

He de decir que desconocía, supongo que como la gran mayoría, el rifirrafe entre Walt Disney y Mary Poppins. Se deja entrever que la historia de Mary Poppins es, pese a los esfuerzos de la autora, bastante distinta  a la que vemos en la película, por lo que realmente me han entrado ganas de leer los libros para poder extraer mis propias conclusiones. No es la película del año, pero es cálida, alegre y te hace sentir bien. Y además, como he dicho, te descubre algo interesante. Personalmente, la he disfrutado mucho.

 

Ahora me ves, de Louis Leterrier

Ahora me vesAcérquense.  Porque cuanto más crean ver, más fácil será engañarles.” Esta es la premisa con la que empieza el tráiler de Ahora me ves, dirigida por Louis Leterrier  y es la que guía toda la acción de una película en que unos magos actúan como trileros, engañando a la policía, al público y a nosotros mismos continuamente para que lo único que sepamos con certeza es que la pelota nunca está en el vaso que creemos.

El argumento es interesante: cuatro magos reciben una invitación para entrar en una especie de club secreto, pero antes tendrán que unirse bajo el nombre de “Los cuatro jinetes” para pasar una serie de pruebas. Éstas consisten en montar una especie de espectáculos que aprovecharán para actuar de Robin Hood, robando grandes fortunas para repartirlas entre los afectados por la crisis. Los carismáticos ladrones se aprovechan de sus habilidades como coartada: la policía tendría que creer en la magia para acusarlos.

Los actores que representan a los magos (Jesse Eisenberg, Isla Fisher, Woody Harrelson y Dave Franco) se muestran bien sincronizados, lo que destila una especie de buen rollo que consigue que empaticemos con todos ellos. Cada uno de los magos está especializado en un campo diferente, por lo que el equipo tiene un gran potencial. Otro de los problemas es el ridículo papel que se le da a alguien como Morgan Freeman, completamente desaprovechado (enseguida te das cuenta de que lo han puesto ahí como reclamo publicitario) como un frustrado mago retirado cuyo único papel es explicarnos cómo se ha hecho cada uno de los trucos.

La película es entretenida y no aburre en ningún momento. El problema es que promete acción e ingenio y de lo primero tiene mucho, pero de lo segundo no tanto. Cuando vemos el tráiler esperamos ver algo a la altura de El ilusionista pero no lo consigue, pues no llegamos a creernos muchos de los trucos que aparecen en pantalla. Aun así, las intenciones que se esconden tras las acciones de los cuatro magos nos mantienen atentos, esperando desenmascarar al genio que lo ha ideado todo. Le falta esa verosimilitud para acabar de sacar partido a lo que nos plantean.

La falta de verosimilitud viene dada por una exageración de efectos especiales que terminan por saturar. Los trucos que funcionan mejor son los más simples, aquellos que hacen los magos al inicio de la película, cuando aún no trabajan juntos, y en la comisaría, durante los interrogatorios.

En resumen, ésta es una película que decepciona porque de entrada pone el listón muy alto. Aun así es entretenida y te hace pasar una muy buena tarde; eso sí, siempre que vayas dispuesto a dejarte sorprender sin más. Yo, personalmente, me lo he pasado muy bien viéndola.

Intocable, de Eric Toledano y Olivier Nakache

La verdad, no tenía intención de ir a ver Intocable. Me sonaba a peli sensiblona y de lágrima fácil. Y es que para ser una película claramente comercial, toca muchos temas complicados, lo que de entrada genera una cierta desconfianza: la diferencia de clases, la integración social, la discapacidad física, el racismo, etc. El resultado esperado suele ser una decepción de corte moralista o lacrimógeno. Eric Toledano y Olivier Nakache, directores y guionistas del film francés, conscientes del peligro, han conseguido crear una película con dos muy buenos personajes y una historia que huye de la compasión mediante el humor, consiguiendo tratar todos estos temas con respeto, pero sin miedo.

Nos encontramos con Phillipe (François Cluzet) un parapléjico cansado de la condescendencia de los demás que contrata a Driss (Omar Sy), un negro de los suburbios recién salido de la cárcel, nada calificado, para cuidarlo. Ambos personajes tienen mucho carácter; son dos polos opuestos que congenian a la perfección creando una amistad que los cambiará a los dos en un film lleno de energía. El mérito de la película consiste en no presentarnos a un inválido atormentado y llorón y a un inmigrante desamparado, sino a dos personajes que se ríen de sus desgracias con toda naturalidad. Sin duda esta naturalidad se consigue en gran parte por el carisma que despierta el personaje creado por Omar Sy, ocurrente, gracioso y gamberro.

La historia está basada en hechos reales. Philippe Pozzo di Borgo, quien ya había relatado sus vivencias en un libro (publicado en español por Anagrama), puso como única condición al llevar su vida a la pantalla, el que fuera tratada en clave de humor y con un tono amable. Las dos vertientes, comedia y drama van de la mano, de forma que aunque el ritmo de chistes nunca decae tampoco hacen que olvidemos la parte más dramática de la historia.

Aunque no aporta nada nuevo, funciona bien y el resultado final deja un buen sabor de boca. No es una película complicada ni profunda, sino más bien ligerita; pero lo que hace que valga la pena es que es una película vitalista, que nos habla de las ganas de disfrutar, de luchar y de superarnos. Consigue mantener la sonrisa en la boca del espectador cuando la situación inicial de ambos personajes nos llevaría más fácilmente al drama. Y a veces con esto basta.

Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio, de Steven Spielberg

La Aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio

Desde siempre he sido una gran lectora de cómics. De pequeña, cuando salía del colegio, solía ir a la biblioteca a hacer los deberes y pasar el rato hasta que salían mis padres de trabajar y me llevaban a casa. Allí fue donde descubrí a Els Barrufets, Mortadelo y Filemón, Rompetechos, El botones sacarino, Les aventures d’Espirú i Fantàstic, Superlópez, Astérix y Obélix, etc. Entre estas y muchas otras obras, una de mis favoritas siempre fue Las aventuras de Tintín, por lo que no es de extrañar que desde que oí por primera vez que Steven Spielberg y Peter Jackson iban a llevar al intrépido reportero y a su perro Milú al cine estuve esperando impaciente el resultado.

El personaje de Tintín se alza como un Quijote, ingenuo, pero lleno de buena voluntad y deseoso tanto de aventuras como de proteger a los débiles. Pero, a diferencia del Quijote, no se distrae de la realidad creando situaciones cómicas. Esto último lo deja más a sus compañeros de aventuras: el borracho Haddock, el despistado y sordo Tornasol, los ingenuos y poco avispados inspectores Hernández y Fernández, etc. son los que pierden el contacto con el mundo real provocando infinitud de situaciones graciosas. Estos personajes, no obstante, en el momento justo se arman de coraje y son salvados por su honradez.

En Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio, Tintín y Milú descubren un gran secreto que se oculta en una maqueta de un barco, que lo pone en el punto de mira de Ivan Ivanovitch Sakharine, el supervillano malvado malvadísimo de turno. Para desvelar el misterio, Tintín se embarca en uno de sus viajes por el mundo. Cada giro inesperado del viaje arrastra a Tintín, Milú, el capitán y los inspectores a nuevos peligros y emocionantes escenas.

El reencuentro con Tintín, Milú, los inspectores Hernández y Fernández y la cantante de ópera Bianca Castafiore ha estado a la altura de las expectativas. No es así con el caso del capitán Haddock. No sé si es porque cuando lo leí era aún muy pequeña y todo me parecía más fuerte, pero tengo la sensación de que el rudo lobo de mar ha suavizado notablemente su carácter, reduciendo su considerable repertorio de insultos extravagantes. En la película me ha parecido más un borracho bonachón y tontaina. No sólo los divertidos insultos del capitán hemos echado de menos, sino también al despistado profesor Tornasol, aunque damos por hecho que aparecerá en siguientes entregas.

La película respeta el espíritu de una época entrañable en la que siempre ganaban los buenos. Técnicamente asombrosa, visualmente espectacular y con escenas de acción realmente muy logradas.