Cuando un libro consigue que sus páginas me huelan a café y croissants, a lluvia o a hierba mojada, ese libro ya me ha ganado. La verdad es que aún con el recuerdo de Miércoles en la mente, de Juan Berrio no esperaba menos. Su último cómic se llama Kiosco (publicado por Dibbuks) y es un tomo ya por fuera sencillo, bello y discreto. El interior no es menos delicioso: nos encontramos con unas páginas que nos invitan a detenernos y a disfrutar de las pequeñas maravillas que nos rodean.
La historia es sencilla. Hay un protagonista del que no conocemos el nombre y al que acompañamos un día entero, desde que se levanta hasta que vuelve a dormir. Así seguimos su rutina en su trabajo en un kiosco de bebidas en un parque y lo observamos esperar a su primer cliente. Le vemos esperar, esperar y desesperar. Relajarse, cambiar de postura y seguir esperando mientras ve como gente ajetreada pasa rápidamente por el parque. Observamos también su soledad entre la multitud. Pero no es una soledad triste o dolorosa, sino simplemente melancólica, que lo obliga a entretenerse en su mundo interior. La mirada del protagonista se fija así en una fila de hormigas, en el vuelo de un pájaro o en el inminente inicio de la lluvia para convertir todo eso en algo maravilloso.
Probablemente es por eso por lo que Juan Berrio ha decidido hacer un cómic mudo. No hay una sola palabra en las páginas del cómic y tampoco se echan de menos, pues se sustituyen con una gran expresividad y con alguna que otra imagen dentro de un bocadillo para sustituir alguna conversación lejana que el protagonista sólo puede intuir. A nivel narrativo es un cómic realmente muy interesante. La historia se nos cuenta a través de viñetas que ocupan toda la página. A veces al personaje de aparecen más brazos y piernas de la cuenta o aparece dos veces en una misma escena para explicarnos el movimiento en una sola imagen. El color, conseguido con técnicas tradicionales, también cobra mucha importancia en este libro, pues las pinceladas suman expresividad a las escenas y le da un tono vintage muy adecuado.
Aunque las peripecias se reducen al mínimo indispensable, no se puede decir que en Kiosco no pase nada. En el fondo nos encontramos con un relato clásico, con un inicio, un nudo y un desenlace muy claros. Lo que se nos cuenta es la cotidianidad en forma de poesía visual. En un mundo en el que todos vivimos acelerados, Berrio nos pide que observemos con paciencia las imágenes si no queremos perdernos nada.
