Un clima surrealista, una sensación de ahogo, de cerrado y de vacío a la vez, unos personajes terroríficos y una gama de colores marcada por el rojo y el verde. Una alucinación. Una pesadilla. Brutal. Magnífica. Estoy hablando de Alter y Walter o la verdad invisible, de Pep Brocal (Entrecomics Comics).
El protagonista es Walter, un hombre corriente atrapado en una vida construida en base a renuncias, que, un día, sin saber muy bien por qué ni cómo, termina en un motel en medio de la nada. Pero el motel no es un motel. Las habitaciones se transforman y se retuercen, la arquitectura cambia, las paredes se alargan. El conjunto parece un diseño de Escher: Walter se encuentra atrapado en su propio subconsciente. Es entonces cuando nos damos cuenta de que el viaje es en realidad onírico. Walter recorre desesperado los pasillos del motel en el que en cualquier momento esperamos encontrarnos con las niñas de El Resplandor, hablando sólo, huyendo sin sentido de sí mismo. ¿Hacia dónde puede huir? La única opción que le queda es enfrentarse a sus propios monstruos.
El viaje al interior de sí mismo se vuelve pronto agotador. El autoconocimiento se consigue de forma traumática, a acelerones y trompicones, superando sus limitaciones mientras se cruza con una sexy e inquietante mujer urraca, con un hermano caimán y, por supuesto, con Alter, el Otro. Alter es el doble que miramos cada día en el espejo. Aquél que nos devuelve la mirada recordándonos todo lo que podríamos haber sido. Alter no perdona.
El ritmo es trepidante y la sensación de inmersión que produce esta novela gráfica es tan intensa que cuesta no ahogarse en ella. Pero sobrevivir al infierno vale la pena si de camino aprendemos algo más sobre nosotros mismos. Cuando termines de leerlo, respira algunos minutos. O horas, o lo que necesites. Y vuelve a empezar, ve hacia adelante, hacia atrás, reflexiona e intenta asomarte de paso a tu propio interior. Léelo con furia, luego con calma. Déjate fascinar. Sobre todo no lo dejes, luego será demasiado tarde.