Se acercaron a la aldea donde iban y Jesús fingió seguir adelante. Obligáronle diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece, y el día ya ha declinado”. Y entró para quedarse con ellos. Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino?”
Evangelio según san Lucas, 24, 28-32
Hoy quiero hablar sobre la novela de Álvaro Pombo, Quédate con nosotros, Señor, porque atardece (Destino), que toma el título de los versículos citados. El título presagia unas tinieblas que se ciernen sobre el monasterio de la Gorgoracha, donde la pérdida de la fe amenaza a un grupo de frailes. El misterioso suicidio de uno de ellos, el hermano Abel, revuelve la paz y la tranquilidad de la pequeña comunidad trapense. El padre prior, Raimundo, tratará de preservar el silencio y la fe de los frailes y de tapar los rumores que corren por el pueblo, disfrazando el acontecimiento de accidente.
En la obra se trata el dilema del propio suicida entre su tendencia artística y su gusto literario y el choque que supone esto con la regla de san Benito. Es decir, teniendo en cuenta que ser un fraile implica una renuncia del yo a favor de la comunidad (una disolución), escribir por motivos estéticos podría ser entendido por los más estrictos como una violación de la regla. ¿Es la exaltación del yo un pecado para un fraile? Si el único diálogo realmente provechoso es el que se tiene con Dios, ¿por qué perder el tiempo conversando con uno mismo mediante la escritura? La escritura individualiza, al contrario de las normas del convento, que buscan anular la autoconciencia de los frailes para así unirse a Dios.
El fraile Abel no consigue resolver el tema y, tras su muerte, el dilema pasa hacia el resto de la comunidad, tanto eclesiástica como laica, que se debate entre publicar o no los textos. Esta decisión lleva a confrontar al padre prior, quién defiende que los textos deben ser destruidos, con el intelectual Miguel Beltrán, quién arremete contra el silencio los monjes y la ocultación de los documentos. Miguel está convencido de poder encontrar en los textos el reconocimiento del fracaso espiritual de la comunidad.
Relacionada con este tema, también nos encontramos ante la reflexión sobre la publicación de textos póstumos. ¿Debe ser publicado aquello que fue escrito de forma privada? ¿Por qué nos empeñamos en hacer público lo que debe ser privado? Existe en el libro la sospecha de que este empeño no sea otra cosa que una necesidad de demostrar que aquella persona considerada superior por algún motivo, al fin y al cabo también pertenece al rebaño, pues Miguel pretende demostrar que el convento no es espiritualmente tan perfecto como debería ser. Así, el acto individualizador de escribir se convertiría de nuevo en una disolución en la masa al ser los textos leídos y juzgados por todos.
Este libro no es fácil de leer. No es un libro de acción y, probablemente, esté lejos de la realidad de muchos de nosotros y de nuestras preocupaciones, por lo que puede costar conectar con él de entrada. Lleno de argumentaciones filosóficas y teológicas, éste es un libro que exige un esfuerzo de reflexión y de acercamiento por nuestra parte. Sin embargo, no nos encontramos ante grandilocuencias ni imposturas “culturetas”, las reflexiones del texto surgen de forma natural y no nos cuesta aceptarlas como algo que realmente podrían pensar los frailes o Miguel. El tema central de la novela es sólo uno y es comprensible: se trata del dilema que vive la Iglesia entre entrar en el mundo de hoy o aislarse de él.