
Los clásicos tienen la capacidad de crear un imaginario colectivo de tal forma que, aunque no los hayamos leído, todos sabemos cuales son las historias y peripecias de sus personajes y tenemos una idea bastante aproximada de su carácter. Es por ello que me encantan las nuevas versiones de las historias de siempre que ofrecen puntos de vista nuevos a los mitos que tenemos ya de sobra conocidos, enriqueciendo este imaginario. Me parece muy atractivo el hecho de dar más profundidad a los arquetipos y personajes clásicos que creíamos conocer al dedillo. Éste es el caso de
Viernes, un álbum con texto de Santiago Freire e ilustraciones de
Dani Padrón, que nos explica la historia de
Robinson Crusoe, esta vez a través de la mirada de Viernes, el indígena.
La historia empieza de una forma un poco distinta: Viernes consigue huir por su propio pie del sacrificio al que iba a ser sometido y se encuentra con unas huellas en la playa diminutas para él. Tras eso se cruza con un hombre blanco que se hace llamar Robinson Crusoe.
Viernes cuenta su historia en primera persona, haciendo de contrapunto al diario escrito por Crusoe y a su tono colonialista. Nos habla de la relación entre los dos y de como él es quien enseña a sobrevivir en la isla a Crusoe y no, como cree, al revés. Crusoe queda retratado como un hombre bienintencionado que cree que su deber es educar a Viernes: una víctima de su tiempo que piensa que su verdad es la única y no ve que él es quien debe adaptarse a su nueva situación.
Como Viernes es quien nos cuenta la historia, el paisaje se vuelve irrelevante. Así como lo habitual suele ser ver imagenes llenas de árboles y bosques, aquí los paisajes se difuminan y se vuelven manchas de colores suaves donde predomina el verde. Así como nosotros no nos pararíamos a describir demasiado nuestra ciudad cuando lo que queremos es contar nuestra historia con alguien, Viernes no lo hace con el paisaje de la isla. Al fin y al cabo, Viernes lleva en contacto con la naturaleza toda su vida. Lo relevante aquí son los personajes.
Estamos ante una historia que invita a la reflexión tanto a niños como adultos. Aprendemos y reflexionamos sobre la soledad, la amistad y la compañía, pero sobre todo aprendemos a no dar por hechas ciertas cosas y a escuchar sin prejuicios al otro, que siempre tiene algo que ofrecernos. La edición está muy cuidada, los dibujos son preciosos. Los colores suaves pero oscuros combinan a la perfección con una historia interesante, bella y original y un texto cuidado, sencillo y poético, que fluye de forma natural.